fotografia estatua Justo Takamaya

Que un samurái sea beatificado es extraordinario e inusual tanto desde un punto de vista histórico, como religioso, pero es que la vida de Justo Takayama Ukon fue única y excepcional. 

Con el apodo del “Samurái de Cristo”, Justo Takayama Ukon fue un noble japonés del siglo XVI que defendió su fe teniendo que renunciar a su posición y a sus posesiones, y también a pesar de las fuertes persecuciones a los cristianos que tuvieron lugar en Japón en aquella época.

Justo Takayama nació en 1552 y fue bautizado a los doce años inducido por su padre, que se había convertido al cristianismo. Como daimio (señor feudal y miembro de la clase dirigente), su padre disponía de grandes propiedades y del derecho a formar ejércitos y a contratar samurais, gracias a esta condición, utilizaron su autoridad para apoyar la labor misionera en Japón, protegiendo a los cristianos japoneses y a los misioneros jesuitas. 

En 1587 el canciller de Japón, Toyotomi Hideyoshi, a través de una dura campaña contra los cristianos y de la expulsión de los misioneros, obligó a los católicos japoneses a abandonar su fe. Muchos de los daimio obedecieron, pero Justo Takayama y su padre se mantuvieron firmes en su convicción y prefirieron dejar sus bienes y sus tierras y mendigar, antes que renegar de su religión. Por aquel entonces Justo Takayama ya tenía 35 años, estaba casado y tenía cuatro hijos.  

El 5 de febrero de 1597 tuvo lugar la ejecución de 26 católicos, entre misioneros y japoneses, que fueron crucificados. A pesar del martirio y la persecución de los cristianos, Takayama se mantuvo firme en sus creencias y vivió como un cristiano hasta el final.

Cuando el shogun Tokugawa Leyasu prohibió definitivamente el cristianismo en 1614, Takayama partió al exilio, conduciendo a un grupo de 300 católicos a Filipinas, que se establecieron en Manila. Llegaron en diciembre y, dos meses después, fallecía, gravemente enfermo y debilitado por la persecución sufrida en Japón. Está enterrado en Manila donde lo representa la estatua de un samurái con una catana puntada hacia abajo y cuya empuñadura es un crucifijo, que representa la imagen de su vida: de gran señor feudal potente en la batalla, a pobre y exiliado por abrazar la fe.

Como emerge de los textos y testimonios de la época, toda su vida fue un ejemplo de amor y fidelidad al anuncio cristiano, a pesar de su condición de daimio y es venerado por su santidad.

Tras varios intentos de beatificación sin éxito en el siglo XVII y en 1965, en 2013 la Conferencia Episcopal japonesa envió una solicitud de 400 páginas a la Congregación para las Causas de los Santos y el Papa Francisco aprobó en enero del año pasado su canonización, cuyos detalles se han estado preparando durante un año y hoy ha sido oficiada en Osaka por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. 

Así, Cuatro siglos después de su muerte, la Iglesia japonesa festeja a Justus Takayama Ukon, como primer católico de la tierra del sol naciente, que recibe de manera individual el honor de los altares.