Takashi Vivir el Desastre

¿Imaginamos misiles de Libia a Las Azores sobrevolando España? Bien podría haber habido allí una base americana. Y el Gadafi de turno haber amenazado con bombardearla como hoy Corea del Norte a Guam. No nos amenaza ningún Gadafi de momento. Pero los misiles de Kim Jong atravesaron  Hokkaido este Agosto y estallaron a solo 1.200 kilómetros de sus costas. La J-Alert se dio en muchas regiones para que los ciudadanos se protegiesen en los sitios mas seguros. Desconcierto de algunos, miedos y muchos comentarios de resignación fatalista. La paz ciudadana inalterable.

En la conmemoración del 72 aniversario de la bomba atómica en Hiroshima hacía un calor húmedo, asfixiante. Masaru Matsuda lo sufría doblemente al ver a su hermana con manga larga. Así tantos años igual para ocultar sus quemaduras. Había otros muchos hibakushas, testigos vivos que habían sufrido directamente las radiaciones del 6 y 9 de Agosto de 1945. Y levantaron su voz clara pero infinitamente paciente, exigiendo a los políticos que hagan algo positivo de una vez, para que no vuelva aquel infierno apocalíptico. Cuando nosotros muramos, ¿quién seguirá clamando para salvar al mundo de estas crueldades insufribles?, declaraban a la prensa con toda la fuerza del testimonio de sus heridas domestica e internacionalmente mostradas durante 72 años. Todo con un sosiego desconcertante.

Mi amigo Takashi Sasaki, autor de “Fukushima: Vivir el Desastre”, porque el no obedeció las ordenes de evacuación y se quedó en la zona prohibida contaminada desde el 2011 con su esposa, me envió unas fotos con sus hijos y nietos que le acababan de visitar por las fiestas del Obón. Las entrañables fiestas familiares para recordar sus antepasados. Todo japonés hace lo imposible en sus cortas vacaciones para pasar juntos dos o tres días de unión y buen sake para recordarles y así dinamizarse hasta el Año Nuevo.

Ha sido un Agosto de Vivir Japón empatizando con sus acontecimientos. Nada de tristezas, porque los difuntos están bien vivos en la familia japonesa y su recuerdo es orgullosamente gratificante. Gran consuelo al ver cómo mi amigo, como tantos otros, sin odiar a nadie, hacía lo que podía por la sociedad: testimoniar con su vida y sus escritos los horrores nucleares. Grandísima esperanza también, al seguir todavía oyendo las repetidas voces  de los hibakushas clamando incansablemente por un mundo sin armas. Lo mas difícil es calificar mis sentimientos ante la resignada y pacífica actitud de los ciudadanos sabiendo de los misiles sobre sus cabezas. Algún día creceré.

La empatía con culturas tan diferentes nos hace vivir mas.  
 


España-Japón, para entendernos...